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Los nombres del presidente

"Hoy tenemos plena democracia, y aunque te llames José Luis puedes ser presidente de Gobierno"

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Antiguamente, me sabía los nombres de los ministros. Era muy fácil acordarse. Una vez que los oías, jamás se te olvidaban. Se llamaban, por ejemplo, Landelino, Marcelino, Leopoldo (como el barbero de mi barrio, que era de Bácor, provincia de Granada, y que llegó a presidente, el ministro, no el barbero), Pío (como los doce papas), Torcuato (pero Torcuato Fernández Miranda fue mucho más que ministro, fue motor inmóvil)... Hubo también un Laureano y, asimismo, hubo un Licinio, que era de la Fuente, igual que Félix Rodríguez de la Fuente. Hoy tenemos plena democracia, y aunque te llames José Luis puedes ser presidente de Gobierno. Tiene más historia, eso sí, llamarse Felipe o Pedro, pues ambos son los únicos presidentes que hemos tenido con nombres de apóstoles. La multiplicación de los panes, en el descampado de Betsaida, fue por iniciativa de Felipe. Para dar de comer a la multitud, le hizo a Jesús un presupuesto, que subía a más de doscientos denarios. Como no les alcanzaba, optaron por el milagro. Esto ya no pasa en política. Ahora, aprobar el presupuesto es el auténtico milagro. El de Pedro es otro apostolado. Es más imprevisible, pues es capaz de negar las cosas antes de que cante un gallo, y si le contradices te corta una oreja. Hablo del apóstol. Por otra parte, José María, antes que nombre de presidente de Gobierno, fue nombre de bandolero. De joven, José María, el Tempranillo, iba con los Siete Niños de Écija, que era el equivalente al Trío de las Azores. No ha habido arma de destrucción masiva como el trabuco. Ni ha habido Mariano como Mariano Ozores. Por eso, llamarse Mariano y ser presidente en serio es un reto tan grande. Lo mejor es tener nombre de galán, como Adolfo, que sirve tanto para el recuerdo, como para el olvido.

 
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