Internacional
Conflicto árabe-israelí

La impunidad

Artículo de opinión de Xavier Abu Eid, politólogo y asesor del equipo negociador palestino

Protesta contra el muro en Cremisan. Al fondo se ve Jerusalén, y en medio un asentamiento israelí / Xavier Abu Eid

Ramala

El valle de Cremisan, en Beit Jala, distrito de Belén, es uno de los más bonitos de Palestina. Con sus terrazas agrícolas hechas a mano hace siglos, sus olivos, almendros, naranjales y viñedos han caracterizado su paisaje incluso desde antes que en el Siglo VII se erigiese allí un monasterio bizantino. Considerado uno de los centros de actividad católica en Belén, Cremisan cuenta desde 1885 con una viña y desde mediados del siglo XX con una escuela de hermanas salesianas que atiende a más de 500 niños y niñas, cristianos y musulmanes. Sin embargo, Cremisan también es una víctima de las políticas de colonización que Israel lleva a cabo desde hace 50 años en Palestina ocupada.

En Julio de 1967, un mes después de iniciada su beligerante ocupación, Israel definió una serie de zonas que quería anexar. Entre ellas se encontraba el Latrun, donde habita otro monasterio católico, hoy separado de su comunidad, así como también una serie de zonas alrededor de Jerusalén Oriental, en orden de avanzar hacia la idea del “Gran Jerusalén”. La expansión buscaba lograr un “orden demográfico” que garantice más de dos tercios de población judía a través de la construcción de colonias. Para ello se anexaron vastas zonas, desde Ramallah en el norte hasta Belén en el sur y el valle del Jordán en el este. Cremisan se convirtió, sin querer, en la frontera de una expandida “Jerusalén” sionista nunca reconocida por la comunidad internacional. Es allí donde el paisaje comenzaría a cambiar, en muchos sentidos de forma irreversible.

Primero fueron las históricas canteras de piedra de la zona del Slayeb, así como sus parcelas agrícolas, que se convirtieron en la ilegal colonial de Gilo. En paralelo fue la sima más alta de Beit Jala convertida en la colonia de Har Gilo y Cremisan quedo al medio. Por años la Iglesia Católica pudo proteger la mayor parte de su territorio, algo que ayudó a cerca de 58 familias palestinas cristianas a mantener su presencia en el valle. Sin embargo, las restricciones israelíes a las construcciones palestinas, uso de maquinaria pesada, excavaciones con fines de extracción de agua o incluso reparación de infraestructura ya existente, como pozos de agua para uso agrícola, convirtieron al hermoso valle en una víctima de las políticas de expansión colonialista llevadas a cabo por Israel desde 1967.

El 2002 Israel anuncio la construcción de una Muro de Anexión (referido por Israel como “cerca de seguridad”), que anexaría aproximadamente el 9,4% de Cisjordania ocupada a Israel, incluyendo la totalidad de Jerusalén y el Valle de Cremisan. En Cremisan Israel busca unir a las colonias ilegales de Gilo y Har Gilo, demostrando que el Muro más que un componente de “seguridad” es un elemento más de la estrategia de expansión colonial de Israel. De hecho ambas colonias han mantenido una expansión sin precedentes desde el comienzo de la construcción del Muro.

Eso fue lo que concluyó el Tribunal Internacional de Justicia en 2004, señalando en una opinión consultiva que el Muro es ilegal, que debía ser desmantelado y que los palestinos afectados deberían ser compensados. También señaló que la comunidad internacional no podía colaborar en la consecución de ese ilegal muro que, junto a las colonias, niegan el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino. Tanto Israel como la comunidad internacional han fallado en implementar las recomendaciones de la Corte.

Sin embargo, las familias de Cremisan no han escatimado esfuerzos en continuar su lucha, llegando hasta el mismísimo Papa Francisco y reclutando en el camino a muchos amigos de su causa. La realización de una misa semanal al aire libre fue una forma de protesta, duramente reprimida por soldados israelíes cuando en Agosto del 2015 Israel decidió continuar la construcción del Muro, cortando y desarraigando centenares de árboles, incluyendo decenas de olivos de cientos de años de antigüedad. La complicidad entre la Corte Suprema Israelí, su gobierno y los representantes locales de los colonos llevaron a continuar el Muro con todos los efectos que ello ha significado para la población local. Hoy, el gobierno israelí discute una iniciativa para expandir el municipio israelí de Jerusalén hacia el sur, anexando tanto a Cremisan como al resto de la zona occidental de Belén. Violando sus obligaciones bajo el Derecho Internacional Humanitario, Israel se esmera en convertir su beligerante ocupación en una anexión sistemática de territorio que no le pertenece. Ello no solo destruye la solución de los dos Estados que el resto de la comunidad internacional dice apoyar, sino que consolida un verdadero régimen de Apartheid: Un solo estado con dos sistemas distintos, uno para palestinos cristianos y musulmanes y otro para judío-israelíes.

Llama la atención que muchos sectores conservadores en Europa, tan “consternados” con la situación de los cristianos en Oriente Medio, guarden silencio con las violaciones sistemáticas que Israel comete contra los cristianos de tierra santa, que son una parte integral del pueblo palestino. Los cientos de comunicados emitidos sobre este caso, incluyendo por parte de España, no se han transformado en acción política que detenga a Israel. La destrucción de Cremisan es solo un pequeño ejemplo de lo que han significado 50 años de ocupación israelí, y de que es lo que ha permitido que esta se perpetúe en el tiempo: La impunidad.

 
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